El gran Meaulnes by Alain Fournier

El gran Meaulnes by Alain Fournier

autor:Alain Fournier [Fournier, Alain]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1913-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo X

LA COLADA

NOS habíamos apresurado, al anunciar la llegada de la primavera. El lunes por la tarde intentamos hacer nuestros deberes inmediatamente después de las cuatro, como lo hacemos en verano, y, para ver mejor, sacamos al patio dos grandes mesas. Peto rápidamente oscureció, y unas gotas de lluvia se deslizaron sobre el cuaderno. En seguida, volvimos a entrar, y desde la gran sala sin luz, a través de las anchas ventanas observábamos en silencio, en el cielo gris, la catástrofe de las nubes.

Entonces Meaulnes, que estaba mirando igual que nosotros, con la mano apoyada sobre el picaporte de una ventana, no pudo frenarse y exclamó, como si se sintiese enfadado por tanta tristeza:

—¡Ah, las nubes no corrían de esta manera cuando yo iba por la carretera en el coche de «La Buena Estrella»!

—¿Por qué carretera? —preguntó Jazmín.

Pero Meaulnes no le respondió.

Y yo añadí, bromeando:

—A mí lo que me gustaría es viajar en coche, en medio de una lluvia tremenda y escondido debajo de un gran paraguas.

—Y leer a lo largo del camino, como si estuvieses en una casa —agregó otro.

—Ni llovía, ni quería leer —dijo Meaulnes—. Sólo pensaba en mirar el panorama.

Como Giraudat preguntó de qué panorama se trataba. Meaulnes volvió a enmudecer y entonces Jazmín exclamó:

—Ya sé. ¡Es aquella famosa aventura!

Había dicho estas palabras en tono condescendiente y dándose importancia, como si estuviera un poco en el secreto. Pero no sirvió de nada, tuvo que guardarse sus insinuaciones. Al anochecer, se fueron todos corriendo, cubriéndose la cabeza con la blusa, bajo el frío aguacero.

El tiempo continuó lluvioso hasta el jueves siguiente. Y éste fue todavía más triste que el anterior. Todo el campo se envolvía en una especie de bruma helada, como en los peores días de invierno.

Millie, engañada por el hermoso sol de la semana anterior, preparó la colada, pero no pudo tender la ropa en los cercos del jardín, ni siquiera en unas cuerdas del granero, por causa del aire tan frío y húmedo. Hablando con el señor Seurel tuvo la idea de tenderla en las aulas, ya que era jueves, calentando la estufa al rojo vivo. Para ahorrarnos los fuegos de la cocina y del comedor, se cocerían las comidas en la estufa y nosotros nos quedaríamos el día entero en la sala grande de la escuela.

En el primer momento, y tan joven como era, consideré esta novedad como una fiesta. Pero fue una triste fiesta, ya que todo el calor de la estufa lo absorbía la colada. Hacía mucho frío. En el patio caía una lluvia invernal, blanda e interminable. A pesar de ello, allí fue donde, desde las nueve de la mañana, aburrido, me encontré nuevamente al gran Meaulnes. Por los barrotes del portón en que apoyábamos en silencio la cabeza veíamos llegar a la parte alta del pueblo, por los Cuatro Caminos, desde el fondo del campo, un cortejo fúnebre. Descargaban el ataúd, que traían en una carreta de bueyes, y lo colocaban sobre una losa, al pie de la gran cruz



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